AL ANTOJO

Mi erguido pecho se teje a la piel 
de tus dedos, cuando tus manos lo frotan, 
con esa libídine,  que alevosa-mente derramas 
y que me vuelve loca, 
magreo sin preámbulos,  directo 
y al mismo tiempo con la espontaneidad 
del que no piensa, del que sólo siente, 
del que da,  del intensamente pasional,  
toda vez que toca y siente; huele y besa,
muerde y lame; sorbe y entrega,  
y son mis  poros los que gritan “te deseo”, 
volviéndome urdimbre en tu lujuria
y trama en tus propios anhelos,
¡Así quiero!
Porque sin reservas, cada fracción 
de mi naturaleza tiembla, se estremece, 
con el roce de tus ardientes yemas, 
y con el son del resonar de tus latidos 
retumbo sin consciencia, libre, 
deseando que tú seas latido,  
en  mis convulsas pulsaciones, 
y pulsación en todas mis contracciones, 
sintiéndote muy dentro de mis afanes, 
para ser en tus brazos ígneo verbo, 
que en cada pliegue, en cada recoveco, 
en cada resquicio, ¡En todo tu ser!
Se impregne y sean lascivas sensaciones,
que muevan cómo el viento agita al 
remanso de un mar sereno, 
con fuerza, violenta y repetidamente, 
para entrar en su centro y adueñarse
del vaivén de sus olas para que a su antojo
darle regreso y llegada, venida y retorno.